«Con una mano, le rodeó la cintura, y con la otra, se aferró a su nuca, atrayéndola más a su boca para no darle tregua de respirar. Le robaría hasta el alma y la encerraría en un lugar donde nadie tendría acceso. La haría suya, dispuesto a luchar hasta con los dientes, con tal de que no se la arrebatasen».